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¡Impactante! ¡Cada palabra que dices está destruyendo secretamente la confianza de tu hijo!

En la vida cotidiana, a menudo usamos de manera involuntaria frases que parecen inofensivas para enseñar a nuestros hijos. Frases como:

  • ¿Por qué eres tan travieso? ¡Siempre preocupas a los adultos!
  • Te lo he dicho tantas veces, y aún no lo entiendes. ¡Eres tan lento!
  • “¡Eres un llorón, demasiado débil!”

Estas palabras pueden provenir de la decepción o del deseo de que nuestros hijos mejoren, pero lo que a menudo pasamos por alto es que nuestras palabras como padres son más que simples herramientas de comunicación; sirven como sugerencias psicológicas. Especialmente las frases mencionadas anteriormente, que son negativas y dañinas.

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Tal lenguaje no solo no enseña al niño, sino que podría tener el efecto contrario, posiblemente haciendo que el niño sea más rebelde y causando que pierda la confianza para mejorar. Este artículo explora el impacto del lenguaje negativo y las trampas psicológicas en las que los padres suelen caer.

Lenguaje negativo: Una sugerencia sutil que se vuelve en contra

Muchos padres han experimentado el siguiente escenario: les decimos a nuestros hijos, “¡No pises el charco!” y ellos inmediatamente saltan a uno más grande. O decimos, “No toques esa taza de agua”, y lo siguiente que sabemos es que se ha derramado. ¿Por qué sucede esto a pesar de nuestras advertencias?

La psicología explica este fenómeno con el “efecto del oso blanco”. Cuanto más intentamos suprimir un pensamiento o acción, más probable es que nos venga a la mente. Los niños, cuyo estilo cognitivo es más concreto y visual, tienen dificultades con negaciones abstractas como “no”. Palabras como “paso” o “tocar” son más tangibles y más fáciles para ellos de enfocarse.

Desde la perspectiva del niño, las palabras no son una forma de prohibición sino una sugerencia, y en algunos casos, estos comportamientos pueden incluso parecer más atractivos debido a la atención que reciben. Nuestro “lenguaje negativo” dirige inadvertidamente la atención del niño hacia el comportamiento incorrecto, haciéndolo parecer como si el niño estuviera comportándose mal o siendo rebelde intencionalmente, pero la realidad es mucho más inocente.

Cuanto más nos quejamos, más se desvían los niños.

Cuando el comportamiento de los niños no cumple con nuestras expectativas, es fácil caer en la trampa de criticar o quejarse:

  • ¿Por qué no puedes escuchar?
  • ¿Por qué siempre eres tan descuidado?
  • Te lo he dicho tantas veces. ¿Por qué no puedes recordarlo?

Aunque podamos decir estas cosas para corregir sus errores, en realidad son respuestas negativas. Los estudios psicológicos muestran que la retroalimentación negativa no ayuda a los niños a mejorar. En cambio, puede aumentar sus sentimientos de frustración y ansiedad, e incluso podría llevarlos a adoptar una mentalidad de “ventanas rotas” donde continúan cometiendo los mismos errores.

¿Qué sucede cuando los niños crecen en un entorno constante de negatividad? Con el tiempo, estas palabras negativas pueden actuar como una “maldición” que erosiona su autoconfianza y motivación para mejorar.

Lenguaje Negativo a Largo Plazo: Una Destrucción Sutil de la Confianza

Frases como “eres tan tonto” o “eres tan travieso” pueden ser dichas sin intención maliciosa, pero pueden tener efectos duraderos en un niño. Muchos padres tienden a etiquetar los comportamientos o personalidades de sus hijos de maneras que se centran en sus defectos, descuidando sus fortalezas y esfuerzos. Estas etiquetas negativas, como “perezoso” o “torpe”, pueden quedarse, haciendo que el niño sienta que nunca puede hacer nada bien.

Las teorías psicológicas, como la “teoría de la autoeficacia”, sugieren que la motivación y la autoconfianza de un niño están altamente influenciadas por su creencia en sus propias capacidades. Si a los niños se les dice constantemente que están haciendo las cosas mal, pueden comenzar a dudar de sus habilidades e incluso sentirse como si no pudieran mejorar.

Este tipo de crítica constante puede llevar a una ansiedad crónica y a la duda de sí mismo, afectando la estabilidad emocional de un niño y haciéndolo más propenso a comportamientos impulsivos e irracionales. Con el tiempo, el niño puede perder el enfoque en aprender de sus errores e incluso puede rendir peor debido a la presión.

El concepto de “profecía autocumplida” en psicología también explica cómo funcionan estas etiquetas negativas. Cuando a un niño se le etiqueta, ya sea de manera positiva o negativa, inconscientemente alinea su comportamiento con esas expectativas. Así que, cuando los padres etiquetan a su hijo como “perezoso” o “terco”, el niño puede internalizar estas etiquetas y comportarse en consecuencia, creando un círculo vicioso.

Esta retroalimentación negativa actúa como una maldición, atrapando a los niños en un ciclo de autodesconfianza y dificultando que rompan con la mentalidad de “no soy lo suficientemente bueno”.

¿Qué pueden hacer los padres?

Es normal que los padres se sientan ansiosos, decepcionados o incluso enojados cuando los niños se comportan mal o cometen errores. Estas emociones pueden a veces desencadenar reacciones impulsivas, lo que dificulta expresar cuidado y comprensión. El resultado suele ser un lenguaje negativo que deja a los niños sintiéndose criticados e ignorados, lo que puede obstaculizar la comunicación de amor y apoyo.

Si te encuentras usando frecuentemente un lenguaje negativo con tus hijos, considera los siguientes dos pasos antes de responder impulsivamente:

Intenta relajarte y dejar que tus emociones se calmen antes de reaccionar. Tomar un momento para respirar puede ayudarte a abordar la situación de manera más racional. Cuando estés más tranquilo, puedes expresar tu decepción de una manera suave, apoyando al niño de manera constructiva para que entienda su error y fomentando la autorreflexión.

Enfócate en acciones específicas en lugar de etiquetar el carácter del niño. Utiliza el refuerzo positivo para guiar al niño hacia un mejor comportamiento y proporciona alternativas claras a las acciones indeseables. Este enfoque ayuda al niño a concentrarse en mejorar sus acciones, no en sus supuestas deficiencias.

Por ejemplo, en lugar de decir:

  • “¿Por qué siempre eres tan lento?” Podrías decir: “¡Vamos a intentar acelerar juntos para que podamos terminar temprano y ver un dibujo animado!”

O en lugar de decir:

  • “¿Cómo pudiste ser tan descuidado?” Podrías decir: “Te equivocaste en una pregunta dos veces. ¿Puedes explicarme tu proceso de pensamiento? Vamos a revisarlo de nuevo.”

Al centrarte en el comportamiento, ayudas al niño a entender qué necesita mejorar sin que se sienta atacado personalmente.

Estos cambios no ocurrirán de la noche a la mañana, y está bien tomarse el tiempo para adaptarse. Lo importante es comenzar a usar un lenguaje positivo que anime a los niños a centrarse en el comportamiento que necesitan mejorar. De esta manera, los niños pueden construir la confianza en que son capaces de cambiar, todo mientras aprenden en un entorno de apoyo y positivo.

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