Un nuevo tipo de contrabando
A medida que cae la noche sobre Ciudad Juárez, una ciudad notoria por los conflictos en la frontera, un artículo inesperado ha ganado fama en el mercado negro: las donas Krispy Kreme. Olvida las drogas y los productos falsificados; el verdadero botín aquí es una caja de donas glaseadas que se derriten en la boca, contrabandeadas directamente desde Estados Unidos.
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“Glaseado clásico, relleno generoso y la esponjosidad perfecta: estos son el estándar de oro”, afirma Celesto, un vendedor callejero conocido por sus entregas nocturnas de donas.
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Juárez tiene donas, pero no de Krispy Kreme. Las pastelerías locales, a menudo aceitosas y sosas, no pueden compararse. Como dice un residente: “Llámenlas churros, pan frito o tortas dulces, pero no las llamen donas… a menos que quieran que la familia Guzmán toque a su puerta”.
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¿Por qué Krispy Kreme?
Fundada en 1937, Krispy Kreme se ha convertido en una de las marcas de donas más queridas del mundo, famosa por su textura esponjosa y sus glaseados indulgentes. Cuando la empresa ingresó al mercado mexicano en 2004, conquistó al instante los corazones locales.
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Incluso hoy, Krispy Kreme sigue siendo el regalo definitivo en México. Quienes viajan de la Ciudad de México a zonas rurales suelen llevar una caja como gesto de paz. Olvidarlo podría desatar la venganza picante de una suegra.
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Pero mientras la mayoría de las ciudades mexicanas disfrutan de más de 100 sucursales oficiales, Juárez es la excepción. La violencia constante y el crimen organizado forzaron el cierre de la única sucursal local, dejando a los amantes de las donas en el limbo.
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Del antojo al negocio clandestino
Sonia García, de 51 años y apodada la “Reina de las Donas”, dirige una de las operaciones transfronterizas más exitosas de Juárez. Cada semana, su hijo cruza a El Paso, Texas para comprar unas 40 cajas de donas glaseadas a $5 la docena.
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De vuelta en Juárez, García y su otro hijo venden las donas con un 60% de recargo, anunciando ubicaciones “pop-up” una hora antes. La demanda es insaciable.
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“Al llegar, los locales -algunos con pinta de adictos- se abalanzan al maletero desesperados por su dosis”, ríe García. “Para pedidos grandes, hasta usamos chalecos antibalas para entregas a domicilio”.
Su próspero negocio les valió el apodo “Krispy Kreme Familia”, un guiño a la infame La Familia Michoacana. El nombre no solo disuade a los ladrones, sino que deja claro que solo venden donas, no drogas.
“Estas donas pagaron la carrera de ingeniería de mi hijo”, comenta García con orgullo.
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De rutas narco a rutas de donas
No todos los residentes tienen visa, pero la familia García está entre los miles con permiso para cruzar legalmente. Otros, como Alejandro, exmula, ven en las donas una alternativa más segura.
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“Mi SUV carga 150 cajas, $600 por viaje”, explica Alejandro. “Bajo riesgo, clientes estables y sin sobornos. Si me paran, soy solo un tipo con buen gusto”.
El contrabando se ha vuelto tan común que los locales bromean: “Por cada 10 donas hechas en El Paso, un pandillero de Juárez desarrolla diabetes”.
El mercado negro cruza al norte
Pero el mercado negro no es exclusivo de México. En Minnesota, la ausencia de Krispy Kreme por 11 años llevó al estudiante de contabilidad Jason González, de 21 años, a convertirse en un héroe local.
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Apodado el “Salvador de las Donas”, González maneja 430 km ida y vuelta desde Minnesota hasta Clive, Iowa para comprar 100 cajas que vende hasta a $20, más del doble del precio original.
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“¿A quién no le encantan las Krispy Kreme?” dice Katherine Newton, cliente habitual. Incluso el sheriff, tras probarlas, bromeó: “Estas donas son un crimen de lo bueno”.
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Éxito dulce, sueños más grandes
El éxito llevó a González a lanzar una campaña en GoFundMe para comprar una camioneta que aumente su capacidad de 100 a 300 cajas. “El único inconveniente es comerme las ganancias. Mis clientes están más felices, pero yo necesito el gimnasio”.
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Según el Los Angeles Times, el contrabando de donas se ha convertido en un fenómeno transfronterizo. Desde El Paso hasta Minnesota, el atractivo de Krispy Kreme está alimentando una economía clandestina impulsada por el puro placer azucarado.
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“Es un negocio”, concluye González con una sonrisa. “Hasta ahora, el único inconveniente es comerme las ganancias. Mis clientes están más felices, pero yo necesito el gimnasio”.