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Migrantes obligados a comer carne humana tras dos semanas varados en el mar

Después de dos semanas a la deriva en el mar, Gregorio María Marizan sintió que estaba a punto de sucumbir a la deshidratación y el hambre. Para entonces, 27 inmigrantes ya habían muerto en la embarcación. Cuando otro hombre colapsó y dejó de respirar, Marizan comprendió que debía tomar medidas extremas para sobrevivir. Relató que él y otros sobrevivientes cortaron carne de las piernas y pecho del fallecido, consumiéndola en pequeños trozos “como si fuera medicina”.

Marizan y cuatro personas más eran los únicos supervivientes de un grupo de 33 inmigrantes dominicanos que viajaban a Puerto Rico en una frágil embarcación de madera. Durante la travesía, el motor falló y el capitán desapareció. A la deriva lejos de su ruta planeada, los sobrevivientes solo pudieron consumir agua de lluvia y de mar, sufriendo hambre y sed extremas.

Los náufragos presenciaron cómo perecían uno tras otro. Al deshacerse de los cadáveres, Marizan propuso tomar medidas drásticas. Tras 15 días sin alimento ni agua, consideró esencial esta acción extrema. Había llevado un cuchillo pero sin provisiones, pues creía que el viaje sería breve. En esta situación límite, recurrieron al canibalismo para mantenerse con vida.

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La desgarradora decisión de comer cadáveres

La decisión de comer cadáveres fue profundamente traumática. Marizan y sus compatriotas sabían que los 257 km del Canal de la Mona hacia Puerto Rico eran extremadamente peligrosos. La zona, infestada de tiburones y vigilada por autoridades, presentaba aguas turbulentas que retaban a las frágiles embarcaciones de madera (llamadas “yolas”) de 7-9 metros de eslora con tripulaciones inexpertas. Pese a los riesgos, Marizan consideró que no tenía alternativa.

Marizan, pescador divorciado hace cuatro años, describió su vida en San Francisco de Macorís como precaria. Luchaba por mantener a su hijo de 7 años y dos hijas de 6 y 4 años, mientras cuidaba junto a sus hermanos a su padre anciano y enfermo. Relató que la situación económica era crítica: sus hermanos también tenían hijos propios y las faenas pesqueras podían durar mes y medio sin capturas. Un día vislumbró una posible salida.

El inicio del viaje

En Nagua, pueblo costero de la península de Samaná, Marizan contactó al capitán Francisco Soler, quien hacía frecuentes viajes a Puerto Rico. Soler le ofreció un trato: si alguien pagaba, Marizan y sus hermanos viajarían gratis. Algunos pasajeros pagaron hasta $1,800 – equivalente a más de un año de salario promedio dominicano. Un sobreviviente incluso hipotecó su casa. Para Marizan, esta oferta parecía una oportunidad única.

El grupo zarpó de Sánchez (Samaná) el 17 de octubre a las 7 a.m. En una mañana tranquila, Marizan embarcó con sus hermanos Saulo y Emanuel, junto a varias mujeres (la más joven de 19 años). Tras día y medio de navegación, el motor falló. Mientras discutían si regresar, el capitán – temiendo a las autoridades – optó por continuar hacia el territorio estadounidense.

La lucha por sobrevivir

El sexto día falleció el primer pasajero. La séptima noche, el capitán desapareció. Marizan ignoraba si había saltado a buscar ayuda o fue arrojado por otros. Los sobrevivientes bebían agua de mar y de lluvia, tratando de resistir. Uno tras otro fueron muriendo, incluyendo a su hermano Emanuel.

El día previo al rescate, consumieron a un compañero recién fallecido. Marizan describió la carne como “similar a la vacuna”. El sábado, la Guardia Costera de EE.UU. rescató a Marizan, su hermano Saulo, un padre con hijo, y una mujer que falleció al día siguiente en el hospital. Marizan reflexionó: “Es un milagro divino. Solo rogaba que quedáramos uno o dos para contar la historia”.

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